Ascenso
vertiginoso, admiración general, el culto, el exceso, los
reconocimientos una caída con regreso final hacia una vida en el
redil. Es el resumen de la nueva película de Martin Scorsese, pero
también podría ser un resumen de su carrera. Marty nos trae otra
historia de grandeza y decadencia, de dinero, drogas, tías buenas,
polis, pero… ¿qué hay de nuevo, viejo?


Pero si normalmente, con esas historias Scorsese siempre volvía a las pantallas para recuperar el trono del mejor narrador del mundo, esta vez ése no es el punto fuerte. Margot Robbie, que interpreta a la mujer de Jordan Belfort (DiCaprio), no es Sharon Stone. Queda lejos la fuerza de Casino y sus escenas domésticas, aquí decepcionantes, ralentizando el conjunto. El personaje de Jonah Hill, que podría rivalizar en fascinación con el de DiCaprio, casi como un regreso del Joe Pesci de Uno de los nuestros, aparece tristemente mutilado y su historia atropellada, con el fin de no robarle focos a un DiCaprio capaz de todo por un Oscar… Si con El lobo de Wall Street el cine de Scorsese recupera un cierto nerviosismo, una vitalidad, una, por qué no decirlo, gracia, es por la fuerza de los detalles, por el derroche surrealista y excesivo que permite la representación de un mundo al que el dinero le sale por las orejas. Con el libro autobiográfico de Belfort, Scorsese se prepara una comilona orgiástica que roza el mal gusto y la náusea, por la que él mismo se deja tentar.
Es la historia de un tío. Ni mejor ni peor que los otros. Un tío que empieza a currar como broker
en la bolsa en los años 80. Un poco de mano izquierda, una gota de
ambición y todos los ingredientes están listos para convertirle en el
lobo de Wall Street. El dinero cae del cielo, y con él, las chicas, y la
droga. Mucho dinero, muchas chicas y mucha droga. Posiblemente ésta sea
la película con más droga en el plano de la historia del cine, símbolo
de un festival plástico soberano. Nuestro héroe puede permitirse tirar
langostas a los agentes del FBI que vienen a incordiarle. Puede
permitirse esnifar coca directamente del ano de una prostituta. Puede
permitirse construir una plaza para aparcar su helicóptero… en el techo
de su yate gigante. Evidentemente, no es el tío más honrado del mundo.
Evidentemente, la cosa no puede durar. No es la mafia, estamos en Wall
Street, pero Scorsese cuenta una vez más la misma historia. Fascinación
por el poder, por el vocabulario de la pasta, los chanchullos, los
negocios con muchos ceros… El pequeño italiano, el que tuvo una severa
educación católica, el que quería jugar con los mayores en Hollywood
temiendo al mismo tiempo los castigos por perder su alma, comprendió
inmediatamente ese tipo de historias. Mafia, Wall Street… qué más da:
Scorsese nunca ha dejado de hablar de Hollywood (la presencia de
cineastas en el casting de la película, como Spike Jonze, Rob Reiner o
Jon Favreau, refuerza esa sensación). Puede que, por eso mismo, por
entenderlo muy bien, El lobo de Wall Street sea una película sin
mecanismos ni moralejas. No es la película que nos permitirá saber cómo
funciona secretamente la bolsa, los hilos que determinan todo, ni
comprender ese lenguaje. Tampoco es la película que va a condenar a ese
tipo de personaje que lleva una vida, efectivamente, más bien agradable.
Pero es una película que va a mostrarnos una parte del Mal, bajo el
disfraz de la bolsa. Tal vez Scorsese sólo haya hablado de eso toda su
vida, del poder de seducción del mal y de su parecido con la belleza. En
resumen: de la tentación.
Pero si normalmente, con esas historias Scorsese siempre volvía a las pantallas para recuperar el trono del mejor narrador del mundo, esta vez ése no es el punto fuerte. Margot Robbie, que interpreta a la mujer de Jordan Belfort (DiCaprio), no es Sharon Stone. Queda lejos la fuerza de Casino y sus escenas domésticas, aquí decepcionantes, ralentizando el conjunto. El personaje de Jonah Hill, que podría rivalizar en fascinación con el de DiCaprio, casi como un regreso del Joe Pesci de Uno de los nuestros, aparece tristemente mutilado y su historia atropellada, con el fin de no robarle focos a un DiCaprio capaz de todo por un Oscar… Si con El lobo de Wall Street el cine de Scorsese recupera un cierto nerviosismo, una vitalidad, una, por qué no decirlo, gracia, es por la fuerza de los detalles, por el derroche surrealista y excesivo que permite la representación de un mundo al que el dinero le sale por las orejas. Con el libro autobiográfico de Belfort, Scorsese se prepara una comilona orgiástica que roza el mal gusto y la náusea, por la que él mismo se deja tentar.
Otra
vez crímenes millonarios, con el plus de estar hablando de cine. Dan
ganas de acortar la fórmula, de decir que un regreso de Scorsese es un
regreso del cine. Y en ese tono un tanto desfasado de la película se
encuentra una verdad aterradora: un personaje que habla a cámara en
travellings impecablemente filmados, choca con una época de realities,
skypes, callejeros y videoblogs. La nueva película de Marty hace gala
de la alegría de volver a una época (los 80 e inicios de los 90) donde
todo eso no se había aún impuesto universalmente, donde la imagen aún no
había llegado a su última etapa de vulgarización (a saber: internet). Y
su mayor logro será visto, pues, también como su mayor debilidad. La
tentación, el lujo que se concede Scorsese es el de, en estos tiempos,
hacer cine.
Y Os dejo por aquí el tráiler de la peli: